Todos los años, cuando me pasan estas cosas, me sienta mal, pero este, la cosa me ha dado un retortijón serio, y he andado encamado toda la mañana muy malamente. El tema ya me toca la moral, porque entre lo de la muela y lo del cuerno parezco un chaparro viejo, joé.
Ahora tengo un candelabro en un lado y el otro mocho como un chiquillo. Menos mal que Canela, que ya sabe de qué pie cojeo, se lo toma con filosofía, y esto días me deja tranquilo: se ha ido con los chicos al otro lado de la ladera, para no darme la lata. Sabe que estoy malhumorado, que me rasco con cualquier cosa, y que me pongo gruñón y cascarrabias durante estos días. Cualquier cosa me pone de mal humor, y encima esta mañana están las puñeteras avispas dando por saco porque tienen el barrunte de las noches frías y las mañanas modorras con el Cordonazo de San Francisco. Eso, lo del cuerno, lo de la muela...y lo de los años, que cada vez me dan más miedo los inviernos.
Antes me importaba un cascajo de bellota que fuera verano o invierno, que vinieran los cazadores o que estuvieran en sus madrigueras, que lloviese o tronase...pero con las primaveras que llevo en las costillas, todo se ve diferente.
El Otoño ha llegado. Se ha acabado el veranito, y vamos a tener que apretarnos los machos otro año más. No sé cómo vendrá el tiempo, pero en este monte, con mucho rebollo y poca chaparra, mucho jarón y poca comida, lo pasamos bastante mal. Y encima se ha corrido la voz de que se nos prepara una buena para dentro de poco: Canela ha oído en los Bajos de Palomeque que se han encontrado cebaderos de jabalí. Aparecer los cebaderos y montarse el tinglado es todo uno, ya lo sabemos todos los años. Aunque la guerra no vaya con nosotros, todos nos conocemos, y entre perros y trabucazos, todos los años hay que lamentar alguna desgracia.
Porque es que últimamente ya no se respeta ni al apuntador. Vienen los de dos patas y, si bien nunca nos hemos fiado de los de paño pardo (que tenían que llenar la fresquera para alimentar a sus cachorros), ahora me fío menos de los que huelen a cuero recién salido del curtidor. Gente que apesta el monte con sus ungüentos baratos, burdas imitaciones de las suaves fragancias de la Sierra. Es asomar la jeta por sus madrigueras, arrancar sus carros de humo y ya huele la sierra a sus apestosos perfumes. ¡¡¡Puajjjj!!! ¡¡¡Prefiero a los hediondos perros!!!.
Porque resulta que estos tipejos estiraos más desgarbaos que una madreselva, se ponen en los portillos y les da igual ocho que ochenta, despachan a diestro y siniestro con su tacatá y si no te despanzurran de una, te despanzurran de la siguiente.
Según me dijo mi padre, en estos circos que montan en Otoño no nos pueden disparar, pero ¡vaya que si disparan!. Que se lo digan si no al Cuernizambo de la Cuerda Cimera, que el año pasado anduvo como alma en pena con un jamón colgando hasta que lo despachó la mosca: comidito vivo acabó una noche de helada, en plena Luna de Noviembre.
Que no, hombre, que no hay maneras ya. Menudo otoñito nos espera...¡Se avecina festival, y nosotros con dos criaturas que no saben ni rascarse en un chaparro!.
Por si las moscas, estos días le he dicho a Canela que no andurreen mucho, que los rastros de la noche cualquier mañanita de estas nos van a costar caros. Esta luna nos estamos acostando muy temprano (mucho antes de que salga el sol) y, aunque nuestras costillas no nos lo agradezcan (pues el suelo está empapado, y a esas horas te agarra el relente en la riñoná que da gusto), quizás nuestros jamones lo agradezcan.
Aquí me quedo, a la espera de que se me caiga el otro cuerno y se me quede la sesera más mocha que el Pico Ocejón. Otro día os hablaré de lo que pasó con mis cuernos de otras lunas y el de gafas, algo inexplicable, como todo lo que hacen los de dos patas.
Mierda de Otoño.