viernes, 16 de noviembre de 2007

Siembras, prudencia y a agachar el cuello

Andaba yo cusqueando la otra mañana por los bálagos del bajizo cuando me vino un mal barrunte: “Me da fato a bicho muerto”.

No suelo meter los hocicos donde no me llaman, y en situaciones así prefiero echar una carrerita ladera arriba y encamarme a la rumia en solitario: ya he visto demasiados congéneres destripados, o incluso sin cabeza y, si bien cuando ando detrás de Canela la pierdo (y me imagino que al resto le pasará igual con sus parientas, o lo que es peor, con las del vecino), nunca se me suele separar del pescuezo. Pero esta vez hice una peligrosa excepción y me fui arrimando con cautela, porque ya se sabe, ojos que no ven, trabucazo que te pegan, y prefiero estar enterado de todo lo que se cuece en mi ladera que llorar mañana por algo que no he sabido prever.

Cuando la peste era insoportable, pude ver a los causantes: eran los restos de una liebre, vamos, lo que habían dejado los gandanos hacía dos noches, ¡bah!, algo de pellejo y poco más. Con estos calores de Otoño (que ya está bien, jamás pensé que desease el frío del invierno), olía como si estuviésemos en verano, aunque al ver lo que era no le presté mayor atención, y seguí ramoneando lejos de aquella peste hasta que el sol comenzó a despuntar por el Pico del Cuervo, cuando me recogí.

No le di mayor importancia a aquel hecho hasta que lo comenté entre bostezos con Canela, recostados al solecillo del membrillo de este veranillo de San Martín, acostados orilla un rebollo. Como siempre, las hembras tienen otra forma de ver las cosas (son mucho más prácticas las joías), y su respuesta me dejó pensativo:

-Claro, han estado esta semana pasada fumigando la siembra de las retamas, y la ha pillado de lleno.

¡Ah, amiga!. ¡Así que era eso lo que estaban haciendo con tanto trajín de ires y venires!. No sabía que lo que echaban estos locos de dos patas con sus apestosos maquinorros fuera puro veneno, pero ni es la primera liebre muerta que veo, ni será la última.

Bien es cierto que tengo por costumbre no pisar las siembras (amigas de furtivos de medio pelo, de estos de canuto y sentadita, escenarios de matanzas de gente facilona, jovenzuelos, hembras y hasta chivos), y que a Canela y a los míos los tengo bien aleccionados para que no asomen el morro, pero ahora, después de eso, menos que nunca.

¿Cómo es posible que envenenen el campo?. ¿Adónde quieren llegar con sus tiros,
los humos de sus carros, el estropicio del gasoil en los cebaderos y tanta
suciedad?. El viento se lleva todos los años las bolsas que se quedan
enganchadas a los cardos del arroyo, tras la fiesta del pueblo, pero ¿se llevará
también los venenos?. ¿O nos los tragaremos la gente del monte mientras ellos,
los de dos patas, descansan en sus madrigueras, con sus lumbres y guisotes?.


Cada día estoy más recogido en lo mío. Desde que ví de qué iba esta feria que me ha tocado vivir, senté la cornamenta y dejé de corretear buscando una ladera donde no me echaran a cornadas, me he vuelto tan prudente que a veces Canela me lo echa en cara:

- Diezpuntas, podríamos ir a visitar a mi hermana a Valdelachiva.
- -¡Quiá!. Quita, quita, que lo mismo nos arrean un trabucazo. Que venga ella con el tísico ese que se ha echado, el del pelo rizao.
- Sabes que no me gusta que te metas con él. Es un corzo estupendo, todo son galanterías con ella, la lleva los mejores ramones y le deja mondar los cogollos de gamón antes de probarlos él...
- Si tanto te gusta, vete pallá. Ahora, te digo una cosa...también la deja pasar a ella primero cuando sale a los claros por si la arrean con el canuto, no es listo el tío ni ná. ¿No te acuerdas hace diez lunas cuando corrían delante de aquellos podencos, y él se quedó echo un sapo en un apretón de carrascas mientras ella se llevaba los perros detrás?. Si no la trincaron no fue precisamente por su galantería, menudo marrajo.
- Bueno, pues no te metas con su aspecto, el chico es guapo.
- Pues si es guapo, que lo cuelguen en la pared de una de esas madrigueras, que yo soy mú feo...

Estas hembras son todas iguales: todas las que he conocido, nada más que darle a al lengua con mil recomendaciones, chismorreando con otras en los aguaderos y cortes sobre lo que hace uno o no hace, contando secretos que no deberían contar, dando órdenes en una ladera que no es suya, sin respetarle a uno, haciendo ruido cuando hay que estar callado, saliendo del espesar sin mirar a los lados y sin levantar el morro al viento...yo no sé cómo las aguanto.

Prudencia y sobrevivirás, eso me dijo mi madre cuando nos separamos. Y aún así no las tengo todas conmigo (mi muela se mueve, mudo mal y ya no estoy para carreras delante de los perros). De todas formas, soy el corzo más viejo que conozco, y lo paso divino con el de las gafas toreándole y dándole esquinazo.

¿Mis normas?: no salir a las siembras, ni ir a las lagunas y navajos (mi trabajo me cuesta chupar los rocíos y conformarme con los charcos de tormenta), berrear lo justo para ponerle las peras al cuarto al engolado del vecino, y si huelo a humano, achantarme y dejar que me pase por encima si es preciso antes que darme a ver. Estos tíos enseguida te fichan, se ceban contigo, y hasta que no dan con tus huesos en el suelo, no paran: día y noche, una luna y otra luna, no le dejan a uno ni cagar sin tener que mirar a los visos, joé.

Sé que me hago viejo porque me vuelvo refunfuñón, y muchas veces riño a Canela por dejar que los críos salgan a la siembra, incluso ella misma a veces sale a pastar tan pancha. Pero es que son unos inconscientes que no saben los peligros que nos acechan.

Y ahora, además, el veneno de las siembras.

Si es que no le dejan parar a uno. Como me hinchen, todavía le jinco al gafas la punta derecha en los riñones.

A ver si llega la noche, que he visto un verdecito entre los rebollos...

martes, 9 de octubre de 2007

Llega el Otoño

Andaba ayer rascándome entre las orejas con la rama un rebollito y marcando desganadamente unas estepas, cuando se me cayó un cuerno. Me cagüendiez qué rabia.

Todos los años, cuando me pasan estas cosas, me sienta mal, pero este, la cosa me ha dado un retortijón serio, y he andado encamado toda la mañana muy malamente. El tema ya me toca la moral, porque entre lo de la muela y lo del cuerno parezco un chaparro viejo, joé.

Ahora tengo un candelabro en un lado y el otro mocho como un chiquillo. Menos mal que Canela, que ya sabe de qué pie cojeo, se lo toma con filosofía, y esto días me deja tranquilo: se ha ido con los chicos al otro lado de la ladera, para no darme la lata. Sabe que estoy malhumorado, que me rasco con cualquier cosa, y que me pongo gruñón y cascarrabias durante estos días. Cualquier cosa me pone de mal humor, y encima esta mañana están las puñeteras avispas dando por saco porque tienen el barrunte de las noches frías y las mañanas modorras con el Cordonazo de San Francisco. Eso, lo del cuerno, lo de la muela...y lo de los años, que cada vez me dan más miedo los inviernos.

Antes me importaba un cascajo de bellota que fuera verano o invierno, que vinieran los cazadores o que estuvieran en sus madrigueras, que lloviese o tronase...pero con las primaveras que llevo en las costillas, todo se ve diferente.

El Otoño ha llegado. Se ha acabado el veranito, y vamos a tener que apretarnos los machos otro año más. No sé cómo vendrá el tiempo, pero en este monte, con mucho rebollo y poca chaparra, mucho jarón y poca comida, lo pasamos bastante mal. Y encima se ha corrido la voz de que se nos prepara una buena para dentro de poco: Canela ha oído en los Bajos de Palomeque que se han encontrado cebaderos de jabalí. Aparecer los cebaderos y montarse el tinglado es todo uno, ya lo sabemos todos los años. Aunque la guerra no vaya con nosotros, todos nos conocemos, y entre perros y trabucazos, todos los años hay que lamentar alguna desgracia.

Porque es que últimamente ya no se respeta ni al apuntador. Vienen los de dos patas y, si bien nunca nos hemos fiado de los de paño pardo (que tenían que llenar la fresquera para alimentar a sus cachorros), ahora me fío menos de los que huelen a cuero recién salido del curtidor. Gente que apesta el monte con sus ungüentos baratos, burdas imitaciones de las suaves fragancias de la Sierra. Es asomar la jeta por sus madrigueras, arrancar sus carros de humo y ya huele la sierra a sus apestosos perfumes. ¡¡¡Puajjjj!!! ¡¡¡Prefiero a los hediondos perros!!!.

Porque resulta que estos tipejos estiraos más desgarbaos que una madreselva, se ponen en los portillos y les da igual ocho que ochenta, despachan a diestro y siniestro con su tacatá y si no te despanzurran de una, te despanzurran de la siguiente.

Según me dijo mi padre, en estos circos que montan en Otoño no nos pueden disparar, pero ¡vaya que si disparan!. Que se lo digan si no al Cuernizambo de la Cuerda Cimera, que el año pasado anduvo como alma en pena con un jamón colgando hasta que lo despachó la mosca: comidito vivo acabó una noche de helada, en plena Luna de Noviembre.

Que no, hombre, que no hay maneras ya. Menudo otoñito nos espera...¡Se avecina festival, y nosotros con dos criaturas que no saben ni rascarse en un chaparro!.

Por si las moscas, estos días le he dicho a Canela que no andurreen mucho, que los rastros de la noche cualquier mañanita de estas nos van a costar caros. Esta luna nos estamos acostando muy temprano (mucho antes de que salga el sol) y, aunque nuestras costillas no nos lo agradezcan (pues el suelo está empapado, y a esas horas te agarra el relente en la riñoná que da gusto), quizás nuestros jamones lo agradezcan.

Aquí me quedo, a la espera de que se me caiga el otro cuerno y se me quede la sesera más mocha que el Pico Ocejón. Otro día os hablaré de lo que pasó con mis cuernos de otras lunas y el de gafas, algo inexplicable, como todo lo que hacen los de dos patas.

Mierda de Otoño.

martes, 2 de octubre de 2007

Dormimos tranquilos

Esta noche, aprovechando que están cayendo unas gotas y que andaba oscuro, me he decidido a dar un garbeo hasta las peñas de Valdemachos. No suelo aventurarme fuera de lo mío, porque nunca he visto nada bueno y se puede buscar uno un lío (y más con estos tiempos que corren, que está el monte lleno de machetes pendencieros que no hacen más que pinchar y creerse los amos del mundo, cuando no tienen más que una hembra tan joven y huesuda como ellos, y un cacho monte fareado y atufado de rastros de perro), pero estas noches son buenas para quitarse algunas cosas de la cabeza que uno tiene y siempre le rondan, y despejarse un poco de tanto mosquito y garrapata.

Así que me he decidido a hacer una visita a una de mis hermanas, aprovechando que su macho (un candelas bastante lucido pero que no me aguantaría a mí ni un arranque en mis buenos años) no la hace mucho caso ahora porque se ha cebado con los verdines de los claros y la deja pata ancha para danzar con los críos.

Ella vive ahora (hasta la llegada de los fríos) en un manchón de rebollo bien apretao que está en una ladera entre la Peña del Viso y la Peña Carralera, la verdad es que es un sitio bien majo que si no me pillara ya tan mayor me lo pensaba, una umbriíta chiqueja pero acogedora para la primavera y el verano, buena para amores sin mirones, con agua y brote abundante (¡qué más se puede pedir!).

Así que, pian pianito, tomando mis cautelas y precauciones, y tratando de no dejar huella en el barro para que el de las gafas no me fastidie mañana, me he llegado hasta allí.

Mientras comistrajeábamos unos tapaculos, me ha contado que han enganchado al
“Pelos” de Torrelavajo con todo el equipo. El rumor se extendió el otro día por
el valle del Río Tocino, cuando un gandano asistió a la persecución y al
trinque, y se fue de la lengua en un bebedero con una cochina cana. Enterada la
cochina (con lo chismosas y corretonas que son las jodías, más cuanto más
viejas), enterado todo el monte.

En tooooootal, que a la finitiva el tío de la coleta andaba tras de enganchar a algún despistado en los llanos, seguramente alguna corza del año o algún vareto despistado, pues tan tontos son como los humanos casi, ahí, exhibiéndose innecesariamente a pleno crepúsculo cuando no a plena luz del día. En estas estaba (montao en uno de esos carros de humo que llevan los de dos patas), cuando le echan el alto los guardas, y el tío, que está más pallá que pacá, se arranca pal otro lao y sale zumbando. El gandano no daba crédito a sus ojos, cuando vio cómo bajaban las curvas del río a toda castaña, como un guarro de esos viejos que se vacían al primer ruido chascando chirpiales ladera abajo.

En estas estaba cuando no se le ocurre otra cosa que lanzar por el boquete del carro el trabuco ese con el canuto, con tan mala suerte que se le engancha en el borde y cae en plena carretera, delante de los guardas. ¡Jó, jó, jó!. Casi no me podía aguantar de la risa cuando me lo contaba mi hermana La Morros, jó, jó, jó.

En toooooootal, que en un cruce de la carretera, de la velocidad que llevaba se pega un leñazo con un laderón y deja hecho cisco el carro de humo que encima oyó decir el gandano que era de su hembra, y se pega un sartenazo de aúpa. Dice el gandano (que llegó cerca de la cuneta jadeando por la carrera de la bajada) que pudo ver cómo salía ensangrentado, y le hicieron encima soplar por un chisme con un canutillo para verle nosequé, y que los guardas se echaron las manos a la cabeza al ver que iba más borracho que la Burra del Tío Bernardino cuando se dio aquel atracón de madroños.

En total, que a la finitiva, le trincaron con un montón de ferralla en el coche y borracho, así que en el monte esperamos que esté un tiempito sin darnos candela, que aunque siempre ande tras lo primero que pilla, corzos y jabalíes son al fin y al cabo, y compañeros de fatigas y de noches, de calores y de lluvias, de nevadas y de esta vida tan dura que llevamos los de cuatro patas.

Al “Pelos” de Torrelavajo le vi una vez y no me gustó nada. Recuerdo que fue un atardecer del mes de Abril, en mi ladera de siempre, en lo mío. Oí que llegaba en un carro de esos, y vi cómo bajaban la ladera por una trocha cochinera, a lo bestia, como si fuesen guarros en celo. Iban dos o tres tíos montados, dos de ellos dándoles el aire, con los trabucos en la mano. Tuve que retener a Canela para que no saliera corriendo, porque habría sido carne de cañón.

-¡¡¡Psssst!!!¡¡¡¡Chitón, Canela!!!. Aquí amagada como un conejo sin levantar las orejas hasta que pasen.

Nos llenaron la ladera de un humo asqueroso, y vimos cómo al llegar al arroyo se arrancó una piarilla que por entonces solía encamarse allí (salían al atardecer a la siembra a carear). No podemos decir la sensación que nos invadió a Canela y a mí al ver cómo aquellos desalmados se cebaron con ellos, usando unos trabucos que no metían casi ruido.

La Morros y yo brindamos por la noticia con un
traguito de agua del manantial, aderezado con la lluvia fresca y fina de la
noche, al olor fragoroso de las jarillas que tapizan los claros del
rebollo.
Volví de madrugada bastante tranquilo a mi encame, al saber
que, por una temporada, El Pelos de Torrelavajo no iba a estar por allí. Canela
se puso muy contenta. Ni siquiera el badajeo de mi vieja muela gastada ni la
certeza de la segura visita del de gafas pudo empañar aquel amanecer de libertad
y viento fresco, con un furtivo menos en nuestro valle.

lunes, 1 de octubre de 2007

Se me mueve una muela

Hoy, mientras rumiaba al alba después de revisar los bajos del arroyo
(últimamente el gilí de mi hijo anda metiendo las narices, parece que no tiene
monte el jodío) he comprobado con desagrado que se me mueve una muela.

Una de esas de atrás, en la quijada de abajo, de las que tengo tan
desgastadas de mascar bálago agostero, que en estas tierras de la sierra
alcarreña desgastan que da gusto.


Entiendo que tengo más años que Carracuca. Este año mudé de pena y cuando me vi reflejado con la luna llena de Abril en el Navajo de La Cativa me dieron ganas de salir corriendo. Aparte de lo del pelo, que en el pescuezo parecía el de un tiñoso, la cuerna derecha se me había achaparrado comparada con la del año pasado, y tenía una pinta de lo más chapucero.

Pues sí, se me mueve una muela y como se me empiecen a caer estoy aviao. Ya mastico medianamente mal, últimamente me dedico mucho al brotecillo del tapaculos, a los cogollos del rebollo y a algo de paja rastrojera cuando me atrevo a salir al borde, que son pocas veces. Pero tengo que rumiar y dale quedale, y vuelve a darle, porque si no me da una acidez de estómago quepaqué, y me tiro medio día dando pezuñazos de dolor. La puñetera edad, todo son achaques. Hace una semana se me escapó una flema de espanto cuando se me fue la tos, justito cuando pasaba por el cirate de la ladera de enfrente el chaval ese de las gafas, joé, y creí que me había guipao, pero no hay problema, ese no oye ni los pedos que se tira. La edad, que es mú mala.

De todas maneras, ya quisieran algunos de esos que llevan seis puntejas mondas tener la hembra que yo he tenido este año, que es un primor de chavala. Lleva gemeleando desde que la conocí, en esta misma ladera, hará ya cuatro siembras. No en vano este mes de Abril le canté las cuarenta al chuleta ese del lomo listón, que no recuerdo ya si será también hijo mío. Algo se me parece, porque lleva las luchaderas cortas, y a veces cuando se gallea hacia mí marcando la linde me recuerda a mi estampa de cuando joven...¡Ay, aquellos años!. Pero qué chulángano era yo, no había quien me tosiera.

Menos mal que los años me han asentado el seso, y también agradezco que se me hayan esmochado un poco las cuernas, así no tengo tan encima a estos humanos de dos patas para los cuales (colmo de mi asombro) vales más cuanta más leña tengas en la boina, no cuanto más sepas. Prefiero tener menos melena arriba y así me van dejando más tranquilo los amigos de la vida ajena. Bueno, todos menos el de los cristales en los ojos, el chaval ese.

El chico ese de las gafas mira que es pesao. Canela (mi hembra) me dice que le pegue un susto bueno algún día, a ver si se cansa. Que le espere en la trochilla de los tamujos un amanecer y le arree un buen berrido en la oreja a ver si del susto se le descabalgan los anteojos y mancha los calzones corriendo. Pero yo ya le digo, que no soy amigo de esos festivales, que si tuviera seis años menos a lo mejor hasta le ensartaba, pero que ahora lo mejor es dejar pasar las tardes al Sol del Membrillo y dejarse de problemas. ¡Cuantas veces me han pasado a menos de diez metros sin darse cuenta de mi presencia, inútiles de dos patas!.

Y es que estos humanos ni huelen, ni ven, ni se dan cuenta de ná. Se ceban en los corcillos jóvenes y en los pendencieros, los que salen a las siembras a fardar delante de las hembrillas y a dejarse matar con el canuto ese que se enfilan en los ojos los de dos patas, y que pega unos cacho truenos de ladera a ladera quepaqué. Se ceban con ellos porque son los únicos que pueden matar, en su inutilidad. Viven estos de dos patas como en una madriguera de zorros, todos juntos en chamizos de piedra gris, y cuando salen de ahí es para hacer el mal a la gente que andamos por el monte.

Este chico de las gafas es un tío curioso, todo hay que decirlo. Empecé a pensar en él cuando Canela me lo advirtió: nos había podido despachar y no lo hizo. Fue una mañana de verano de hace unos años. Seguramente se le atrancó el trabuco ese o yo que sé, pero Canela me dijo que no, que ella estaba convencida de que nos dejó porque él quiso. Yo, ni me di cuenta, porque estaba haciéndole unos ochitos a la chavala y no tenía la cabeza para pensar en el de las gafas precisamente.

Después anda que no me lo he pasado pipa con él. En esta ladera tan aburrida, los únicos entretenimientos son despachar a pezuñazos a las zorras cuando vienen a por los chavales, poner en su sitio al gilí de mi hijo y al del lomo listón, y entretenerme con el de los cristalillos. Sobre todo me gusta ver la cara que pone cuando me busca en los bajos y le berreo detrás de él: pega un respingo como Canela cuando cae una centella de esas del cielo, se vuelve, se agacha (¡¡¡jua, jua, jua, como si no le llevara visto desde que salió de su madriguera, jua, jua, jua!!!), y se deja los ojos intentando ver dónde ando, tanto que a veces me ha tenido que oír riéndome en mi encame de hierbas cuando veía que se le empañaban las gafas del esfuerzo. Joé qué ratos.

Antes venía con el trabuco ese del canuto, pero de un tiempo a esta parte viene a lo zorro rateando por el espesar con el trabuco de dos ojos, y eso no me gusta nada. Yo ando tranquilo del resto porque con el canuto desde la otra ladera estoy tan pancho: no salgo ni por recomendación, incluso algunas veces que veo al del lomo listón pisándome la siembra, prefiero dejarle presumir hasta la noche a ver si, por casualidad, le arrean un sartenazo a él, y yo, mientras, sigo encamado, sin moverme. Pero no, no cae esa breva, y el jodío de los cristales cada vez se pone más pesado. Este año me pilló en pleno sembrado un amanecer de Marzo que fui a ponerle las peras al cuarto al vecino, cuando ya me había hinchado el morro lo suficiente (Canela estaba empezando a andar hacia él, en plan curiosona y eso sí que no). Después de marcar los repollos del borde y de varias escaramuzas, me topo con un bulto en el suelo y era el de las gafas, el tío, con un par de tubos de esos cortos que no hacen ruido puestos en su jeta blanca. Si llega a llevar el trabuco me engancha pero bien. Desde aquel día, va a tener que meterse hasta la cocina si quiere hacerse con mi pellejo, y a buen seguro que le va a costar.

De todas maneras, llegará el día, porque con lo de la muela hoy estoy en baja. Recuerdo cuando a Madre se le empezaron a mover las muelas (ella, que había sacado adelante a más de once hijos), y de cómo acabó, famélica y muerta de hambre, hasta que los perros de una rehala de esas que llevan los de dos patas acabaron despellejándola un frío día de lluvia.

A veces me falla también la oreja izquierda. Ninguno más de mi familia murió de viejo, pero si sigo por este camino me van a tener que hacer puré de brotes de zarza para mantenerme. Antes me dejo comer por los gandanos que darle el gusto a uno de dos patas, aunque sea ese de las gafas. Si llegara el día, me acurrucaré en un enebro, y me quedaré dormido mirando los celajes naranjas del cielo de la tarde, al olor de la miera y del láudano de las jaras, pensando en la primera vez que Canela y yo nos rozamos el pelo...

Se me mueve la muela como los cantos rodaos del río. Va a ser hora de ir careando hacia los brotes tiernos de los bajos...